Género: ficción, diario
Temas: vejez, soledad, residencias
«El amor siempre nos pone a prueba así, siempre sobreviene como una revelación, y siempre nos acercamos a él con asombro, como si nunca antes lo hubiera sentido ningún ser humano sobre la faz de la tierra: la verdadera esencia de su poder es que lo renueva todo»
Lo que somos ahora es la primera novela que leo de May Sarton, una de las escritoras que más admiro. Sus diarios están cargados de reflexiones sobre la vida, el amor, la inspiración y la soledad. Y este libro, a pesar de ser una novela de ficción, sigue la estructura de diario a la que ya nos tiene acostumbradas. En él, May Sarton no es la protagonista, sino Caro Spencer, una mujer de unos setenta años a la que su hermano ingresa en una residencia, tras sentir que no puede cuidarla como es debido.
Caro escribe diarios en los que narra cómo es su día a día en la residencia Los olmos gemelos. Se trata de un lugar solitario, en el que los ancianos pasan a ser niños venidos a menos y maltratados por dos cuidadoras que no pueden atenderlos como deberían. Caro fue profesora de matemáticas, una mujer culta e inquieta, que viajó y conoció el amor gracias a los amantes con los que nunca se comprometió por el miedo a perderse a ella misma. Cuando llega a la residencia, no entiende cómo le pueden limitar necesidades tan básicas como salir sola a la calle, tomar una comida rica o mantener una conversación genuina. Se denuncia la falta de cuidados en este tipo de instituciones, donde las personas se olvidan de los ancianos y se les termina tratando con paternalismo, como si fueran niños que no pueden tomar decisiones propias, con la diferencia de que los niños tienen esperanza de que la vida irá a mejor.
Es triste cómo las personas, pasada cierta edad, «dejan de ser», bien por la propia senilidad que hace que una se olviden de sí mismas y de sus seres queridos, bien porque el resto del mundo las fuerza a quedarse fuera de la sociedad. Se quedan cada vez más solas y sin vínculos verdaderos que las aten a tierra firme. Es un miedo preconcebido: imagino la vejez como una cárcel de la cual no se puede escapar. Todo cambia alrededor, el mundo deja de ser conocido, avanza y los deja atrás. En el libro Otoño, de Ali Smith, la protagonista habla de los viejos como personas encerradas en una cáscara, pidiendo ayuda a través de los ojos, esencia de los jóvenes que un día fueron. Me parece una idea tan clara y terrorífica al mismo tiempo. No debería ser así. Cada etapa de la vida conforma quienes somos, y la vejez debería ser una más e igual de respetable.
«La verdad es que las personas que podrían salvar a los viejos en lugares como este han muerto, y por eso acabamos aquí, porque no nos queda nadie»
Durante mucho tiempo, la sociedad giraba alrededor de los mayores, de su conocimiento y su saber. Las familias vivían unidas, entrelazando generaciones y alimentándose de lo que cada una tenía que ofrecer. Hoy en día, eso se ha perdido. Vivimos en un mundo individual, lleno de quehaceres, donde este tipo de vida es poco práctico. La vida se define en términos de utilidad y productividad, y una persona mayor es todo lo contrario a esta idea: una persona que ha dejado de trabajar, que por el deterioro físico no puede seguir el mismo ritmo de los demás y que tal vez no tenga ya un objetivo que perseguir. ¿Necesitamos tener un objetivo? ¿Nos hace menos valiosos el hecho de dedicarnos a vivir y ser felices con la cotidianidad? Otro tema importante es la soledad. Llegar a mayor significa, muchas veces, perder vínculos. Los núcleos familiares se reestructuran, se desplazan, dejando fuera de órbita a quien un día fue un pilar básico.
«¿Es posible que una mente se rompa en añicos de repente? ¿Con una especie de explosión, como cuando los pétalos de una flor caen de forma inesperada? Y si llega a ocurrir, ¿seré consciente de ello? ¿Se sabe loca la locura?»
A lo largo del diario, Caro conoce a un par de personas que suponen su salvavidas: el párroco que viene a visitar la residencia cada cierto tiempo y su hija, personas que la tratan como a una más, que tienen conversaciones interesantes con ella y le regalan libros, flores o colonia, objetos que Caro jamás pensó que tendría que echar de menos. Se siente encarcelada y llega a escribir que se está muriendo lentamente debido a falta de amor.
En conclusión, es un libro triste, que invita a la reflexión sobre cómo tratamos la vejez. Muchas personas sienten miedo de esta etapa vital, y me incluyo entre ellas. Se busca la salvación desde el principio (¡Ten hijos para que te cuiden cuando seas mayor!), una manera de protegerse ante la adversidad (ahorra dinero para poder pagar un buen lugar en el que te cuiden bien), cuando somos nosotros mismos los que metemos a nuestros ancianos en estas cárceles físicas o imaginarias. Tal vez no tendríamos tanto miedo a envejecer si tratáramos a nuestros ancianos de otra manera, si nos preocupáramos por incluirlos en la sociedad y no desterrarlos. Sin embargo, ¿cómo podemos hacerlo en un día a día que nos obliga a ir rápido y producir? No pretendo cargarnos con el peso de la culpa absoluta, es tan solo una reflexión. Me parece importante reconocer lo que ocurre, aunque no tengamos herramientas para cambiarlo, o no todas. Dentro de lo que esté en mi mano, haré por incluir a las personas mayores de mi entorno; a veces es tan fácil como acompañarlos durante un rato, llamarlos y escuchar.
Hasta aquí llega el final de esta reseña. Como siempre, os invito a que me deis vuestra opinión en comentarios, me alegra mucho cuando os leo.
Un abrazo gigante,
Laura